“Cuando evaluamos el comportamiento de un perro, deberíamos considerar lo que hay dentro de su estómago”
R. Mugford
En los últimos años, numerosos estudios se están dedicando a descifrar la conexión entre cerebro e intestino, y analizar el valor de los microorganismos en la salud de los mamíferos. Debido a un proceso evolutivo, nuestra microbiota debe mantener un cierto equilibrio entre las especies que la componen. Cuando ese balance se altera (lo que se conoce como disbiosis), no sólo aparecen síntomas digestivos, sino que repercute en más cosas, como nuestro estado de ánimo o el umbral de dolor y, consecuentemente, en nuestro comportamiento.
Mientras se insiste en la importancia de volver a los alimentos frescos, naturales y cultivados o criados de forma ecológica, en los últimos 100 años hemos sometido a nuestros perros a una alimentación basada en comida ultra procesada. Cada vez somos más conscientes de que nuestros hábitos y la composición de los alimentos que ingerimos repercuten directamente en nuestro bienestar. ¿Somos conscientes de cómo está impactando este tipo de dieta en la salud (o falta de ella) de nuestros perros?
Más allá de la composición de los alimentos comerciales para perros, no podemos pensar que un procesado, con fechas de caducidad en ocasiones superiores a los 2 años, pueda ser apropiado para un mamífero que, al fin y al cabo, no es tan distinto a nosotros. Algunos colorantes y conservantes han demostrado contribuir a las dificultades de aprendizaje e hiperactividad en seres humanos. Al igual que hay niños muy sensibles a determinados aditivos, los perros pueden sufrir una respuesta similar. Se alejan del objetivo de este post analizar el origen del perro, cómo fue su proceso de domesticación o los motivos por lo que cierto tipo de individuos prosperaran, pero debemos entender que no puede ser lo mismo alimentarse cada día con lo mismo (sea el alimento que sea) que tener una dieta variada, ni a nivel nutritivo ni a nivel motivacional.
Los perros también pueden aburrirse o acabar sintiendo curiosidad por probar cualquier otra comida. Además, la microbiota intestinal pierde diversidad ante esa falta de variedad. Por tanto, si hoy sabemos que intestino, salud y emociones se vinculan directamente entre sí, como una forma de ayudar al cuerpo a tomar decisiones sobre su comportamiento… ¿Podemos mejorar un problema de convivencia con la nutrición?
Ciertos tipos de alimentos hacen que las personas nos sintamos menos estresadas; hay estudios que muestran que alimentos ricos en grasas reducen el estrés en ratones, y que las personas se sienten calmadas comiendo hidratos de carbono. Lo que comen los mamíferos afecta directamente sus emociones. Patricia McConnell sospechaba hace más de una década que muchos de los perros con los que ha trabajado tenían problemas tanto intestinales como emocionales, especialmente vinculados con el miedo.
Dada la capacidad de la microbiota de modular la conducta, es inevitable preguntarse si estamos provocando parte de los problemas de comportamiento que actualmente presentan muchos perros. O, como mínimo, si pueden ser agravados por molestias físicas derivadas de carencias nutricionales o de una enfermedad intestinal.
Por suerte, cada vez hay más interés en aprender a ayudar a su perro y aumentar al máximo su nivel de bienestar, dentro de sus posibilidades. Muchas de estas personas llenan las consultas veterinarias con casos asociados, en menor o mayor medida, a problemas digestivos: diarreas, enfermedades renales y hepáticas, obesidad, intolerancias… Lamentablemente, tanto la medicina como la
veterinaria actuales están muy lejos de encontrar un enfoque integrativo para abordar estos casos y se basan en la prescripción de piensos específicamente formulados y al uso de desparasitantes y antibióticos. En algunos casos, sólo serán parches que, además, pueden agravar otras afecciones sin diagnosticar.
No podemos intervenir en su edad, su raza o su vida pasada, pero sí podemos analizar su alimentación y entorno para evaluar si somos nosotros los que les estamos llevando a un estado de salud mermado, o incluso a una situación de enfermedad crónica. Puede que optimizar esas variables al máximo en perros que presentan conductas evidentemente anormales nos revele qué era una reacción ante un estado de malestar y qué es un verdadero problema de comportamiento, viendo cuántos de éstos últimos permanecen entonces.
Mientras cada vez más investigadores siguen estudiando el papel de la nutrición en el comportamiento animal, también en el canino, y si agregar o eliminar nutrientes específicos de la dieta altera su conducta, la colaboración de profesionales Educadores, Veterinarios y Nutricionistas cualificados y sobre todo actualizados, será clave para identificar y corregir todos estos factores.